Noviembre significa buñuelos.
Bueno, y más cosas. Viento y tardes frías, lluvia en los cristales, vaporosas nubes de hojas secas movidas por el viento, hierba húmeda y tempranos atardeceres…
Pero también mantas de lana de cuadros escoceses, tazas de chocolate caliente, tosca ropa de cama y fuegos que crepitan en las estufas, jerseys de cuello alto y paseos otoñales.
En mi casa, noviembre, es la época en la que se empiezan a freír grandes peroles llenos de buñuelos. También rosquillas, teresitas, pestiños, huesos de san Expedito o, aprovechando las festividades, el dulce de turno que corresponda.
Como podéis comprobar aquí no nos ponemos quisquillosos con los recetarios, ni con la báscula, y cualquier oportunidad nos viene bien para disfrutar de cualquiera de los postres fritos, que por excelencia, nos trae el nuevo mes.
Tengo que reconocer que una de mis sensaciones reconfortantes favoritas, en un día frío, es llegar a casa mientras en la sartén se dora una tierna y esponjosa masa frita. La curiosidad (y la gula) hace que enseguida me acerque a mirar si está rebozada en azúcar, bañada en almíbar o rellena de alguna exquisita crema. Y, probablemente, acabe engullendo alguna cosa recién sacada de la sartén que me escalde la lengua. Gajes del oficio.
Lo de freír cosas ya nos viene de lejos. No es cosa de modernos.
Si bien fueron los fenicios y los griegos los que introdujeron el cultivo del olivo en el mediterráneo; ya anteriormente los egipcios, que eran muy punteros en muchas cosas, disfrutaban de freír cosas. Gente inteligente estos egipcios.
Evidentemente la explosión del oro líquido será alcanzada desde el Imperio Romano hasta la Edad Media. La gran crisis sufrida durante esta época hizo del aceite un producto caro siendo solo valorado y accesible para las clases más pudientes.
Una vez que desaparecieron los controles romanos sobre el aceite de oliva fueron las órdenes religiosas las que tomaron el control y la producción del aceite en casi toda la Europa Medieval.
En el caso concreto de nuestros buñuelos, todo apunta a que se los robamos a los judíos sefardíes (los descendientes de los judíos expulsados de la península) alrededor del siglo X. Ellos tienen unos bollos fritos que elaboran con harina de trigo durante la festividad del Janucá. Al cristianismo le pareció buena idea y los adaptó a su calendario para la festividad de Todos los Santos.
¿No os parece maravillosa la Historia Gastronómica?. A mí me resulta muy curiosa.
Volviendo a lo nuestro, de entre toda esta caterva de maravillas fritas que os enumeraba más arriba; esta vez, vamos a centrarnos en los buñuelos. Los de toda la vida. Los ricos de verdad. Rellenos de crema o de chantilly.
Y como quiero que disfrutéis de los buñuelos en todo su esplendor, os traigo 3 recetas: la de los buñuelos, la de la deliciosa crema que hacía mi abuela para rellenarlos y la de una chantilly especial.
¡Vamos con las recetas!.