Durante aquella primavera había llovido casi todos los días así que me dediqué a cocinar. En vez de enfundarme uno de esos horribles chubasqueros y las botas de goma opté por ponerme el mandil de mi madre y armarme con un buen cuchillo cebollero. Uno enorme y afilado.
La mayor parte del tiempo estaba tirado en el sofá junto a la estufa mientras algún guiso borboteaba en la cocina o con una buena taza de té muy caliente en las manos y la nariz pegada a la puerta del horno. Me gustaba disfrutar del silencio de mi casa y escuchar el chup chup de la sopa al hervir o el tic tac del temporizador mientras se cocinaba el asado.
Debo reconocer que me gusta la soledad. La disfruto. Y lo digo sin remordimiento. Quizá fui gato en otra vida. Me gusta cocinar para uno. Me gusta cocinar para mí. Esporádicamente, me encanta organizar cualquier evento o ceremonia y compartir comida alrededor de una mesa con cualquiera que se preste a ello, pero necesito, exijo, mi pequeña parcela solitaria.
Os confieso que uno de mis obscenos placeres sadomasoquistas es despertarme sólo en casa y hacerme el desayuno, tranquilamente, sin intercambiar palabra alguna con nadie. Sólo el olor del café y la mantequilla tostada. Sólo ellos y yo. Juntos, en silencio mientras la mortecina luz se filtra a través de las cortinas de guipur. Sentarme a la mesa y escuchar el repiqueteo metálico de la cuchara al zambullirse en el plato de porcelana una y otra vez me parece música para el alma. El crujir del pan en la mesa me recuerda el Ave María de Haendel. El tintineo de la copa de cristal en la mesa me suena como un arpa celestial.


No os hagáis una idea equivocada. No soy un bicho raro. Tan sólo intento explicaros que estamos enfermos. Sufrimos una terrible dolencia: Aceleración. Es más, sufrimos de aceleración atronadora. Vivimos sumidos en un caos absoluto de ruidos, pitidos, canciones en bucle que resuenan de forma infinita (reggaeton asqueroso), golpes, teléfonos que suenan, gritos, redes sociales que nos bombardean con avisos continuamente, televisiones a volúmenes indecentes, gente vociferando conversaciones absurdas (Asun se ha comprado la blusa azul de flores para ir a la boda de la niña de Carmina, la que ha estudiado Derecho. La mayor. Piluca. ¿La otra? ¿La pequeña? ¡Huy, esa es un caso perdido!. Pero sí, se casa el verano que viene. Sí, con Alfonso. ¿Cómo que quién es Alfonso?. ¡Su amigo!. ¡Su amigo de toda la vida! El que conoció cuando sus padres veraneaban en Santillana del Mar. Ese. Ese, ese, el que es médico en Albacete).
Stop. Basta. Para. Párate. No sé tú, pero yo, me bajo aquí.
Y ahora yo te pregunto: ¿Cuándo fue la última vez que estuviste en silencio en una habitación durante, al menos, cinco minutos? ¿Y cuándo escuchaste la lluvia golpeando en los cristales antes de dormirte? ¿Has oído el sonido del café cuando lo viertes en la taza? ¿El crujido del papel de las páginas de un libro? ¿Y tu respiración?.
Es por eso que me he curado y he aprendido a disfrutar de la necesaria soledad. Porque mi espíritu me lo pide. Misericordia humana. Ahora escucho el crepitar de las llamas en la estufa en mitad de la fría noche, el contoneo del caudal del río y las risas de las hojas en el viento. Siento el tacto de la mano que me acaricia, el calor de los labios que me besan. Veo el amor en los ojos de mis perros cuando se tumban a mi lado y los acaricio mientras me miran sin ningún otro motivo más que el de agradecerme el compartir un instante de tiempo y espacio.
Dame menos ruido y más solitario silencio. Más miradas, más sonrisas. Más alma.


Como ejercicio os propongo una receta sencilla: elaborar este Cake de Chocolate en la ensordecedora intimidad de vuestra cocina y en el más absoluto y solitario silencio. Disfrutad el proceso con calma. Vuestro espíritu os lo agradecerá.
“CAKE DE CHOCOLATE” (para curar el alma)
Para un molde de cake de 25 cm
Ingredientes:
150 gr de mantequilla en pomada
210 gr de azúcar
4 huevos L
250 gr de harina de trigo
30 gr de cacao puro en polvo
120 gr de leche o café
1 sobre de polvo de hornear (16 gr)
1 cucharadita de vainilla
1 pellizco de sal
1 chorro de licor (cointreau o ron o kirsch)
Opcional: ralladura de naranja
Método:
Tamizar en un bol la harina con el cacao y los polvos de hornear. Reservar.
Batir la mantequilla con el azúcar, la sal, la vainilla y la ralladura a velocidad media alta, entre 5 y 10 minutos, hasta que blanquee y esté montada.
Añadir los huevos de uno en uno a baja velocidad. Que el batido los vaya absorbiendo de uno en uno.
Por último añadir los ingredientes secos tamizados en 3 veces mientras agregamos la leche o el café. Comenzaremos con los secos y terminaremos con los secos.
Verter la mezcla en un molde de cake encamisado y hornear unos 40-45 minutos en horno precalentado a 170 grados.
Dejar templar sobre una rejilla durante 10 minutos antes de desmoldar y dejarlo enfriar completamente.
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Tiene muy buena pinta, ahora hay que probar como queda, gracias por tú amabilidad
La Soledad. Una forma de vida que lleva a saber disfrutar de cada momento que pasas contigo mismo sin necesidad de más. El abrazo constante sólo contigo. No puedo estar más de acuerdo con las líneas escritas,disfrutando de las sensaciones descritas en ellas. Gracias!