Lo primero que os puede resultar llamativo de estas galletas es, obviamente, su nombre. Pero todo tiene una explicación, así que vamos a empezar por el principio y después os cuento el por qué del curioso nombre de estas inmejorables galletas de avellana.
Y que mejor forma de empezar que ubicarnos en la villa de Salas, un lugar históricamente importante en Asturias y que es el lugar donde nacieron estás golosinas de avellana que a día de hoy siguen siendo uno de sus mayores atractivos turísticos.


Salas es un concejo del Principado de Asturias situado en el centro-occidente de la región. La capital del concejo es la villa homónima de Salas y junto a ella destacan algunas localidades cercanas de las que quizá hayáis oído hablar como Cornellana, La Espina, Pola de Allande, Cangas del Narcea o Luarca.
En esta preciosa comarca podéis disfrutar del salmonero río Narcea y de sus bosques de castaños, pinos, robles, fresnos y arces entre otras maravillas. Es una zona carbonífera, ganadera y gastronómicamente excelente.
En el ámbito artístico destaca el Monasterio de San Salvador de Cornellana por su iglesia de estilo románico levantada en el siglo XII y sus retablos, en los que se dan los primeros ejemplos de clasicismo arquitectónico y naturalismo escultórico barroco de Asturias.
La propia villa de Salas atesora joyas como la iglesia de San Martín de Salas perteneciente al prerrománico, que fue levantada en el siglo X, y la torre del palacio de Valdés Salas (quedaos con estos apellidos). En la Colegiata de Santa María la Mayor encontramos el monumento más importante que es el mausoleo de D. Fernando Valdés Salas (del que a continuación os hablaré) esculpido en alabastro por el manierista italiano Pompeyo Leoni entre 1576 y 1582 y que fue encargado por el mismísimo Duque de Alba.


Como persona ilustre de la villa tenemos a Fernando de Valdés y Salas (Asturias, 1483 - Madrid, 1568) que fue un poderoso político y eclesiástico español, muy influyente durante el siglo XVI.
Fernando ocupó varios cargos políticos en el Consejo Real de Castilla y en el de Estado así como diversos cargos en el obispado llegando a ser Arzobispo de Sevilla e Inquisidor General.
Sus actuaciones más brillantes incluyen algunos escritos en referencia al Santo Oficio e índices de libros prohibidos; así como procesos contra los conversos, los moriscos, los erasmistas y los luteranos. Vamos, el pan nuestro de cada día durante está época.
Y con este relevante personaje terminamos el emplazamiento histórico de nuestros Carajitos del Profesor. Por que claro, todavía os estaréis preguntado de dónde viene el nombre de las famosas galletas…
Pues os cuento.


Para ello saltamos a 1918, que fue cuando Falín, antiguo corresponsal de prensa y profesor de música de Salas, fundó el restaurante-café “Casa del Profesor”.
Falín servía estas galletas que hacían las delicias de los clientes habituales. Por aquel entonces ya habían regresado algunos de los emigrantes que se habían ido a “hacer las Américas” (conocidos como los Indianos) y en una ocasión uno de estos indianos retornados y cliente habitual de Falín, quiso pedirle una de estas galletas sin nombre, y lo hizo al grito de ¡Dame un carajo de esos! (con acento asturiano-mejicano o a saber). Y así, fue como estas galletas sin nombre quedaron bautizadas como Carajitos del Profesor.
¿No es una maravilla?… ¡Adoro estas anécdotas gastronómicas!.
Ni que decir tiene que aquellas espectaculares galletas saltaron a la fama de tal manera que, a día de hoy, la cuarta generación de descendientes de Falín, bajo los nombres de Carmen y Teresa, continúan elaborando y custodiando con recelo la receta maestra de estas galletas de avellana en su confitería en Salas.
Hay que reconocer que toda la fama de estas galletas es merecida. Son súper sencillas, con pocos ingredientes, rápidas de hacer y además, sin gluten.
Decir que son realmente deliciosas, otra vez más, no es necesario.
Sin duda, una de esas recetas que repetir de manera habitual a lo largo del otoño.
Vamos con la receta.