El día 8 de Septiembre se celebra la festividad de la Virgen de Covadonga, patrona de Asturias, y por tanto, es el día grande de la Comunidad Autónoma. Según la tradición, la Virgen ayudó a los cristianos dirigidos por Don Pelayo a ganar la batalla contra los moros en Covadonga provocando un desprendimiento de rocas. Esta épica victoria del pueblo Astur se considera el inicio de la Reconquista. Ni que decir tiene que es la excusa perfecta para disfrutar de una buena “Fabada”, de un buen “Pitu Caleya Guisau”, de unos “Frixuelos” y de un “Arroz con Leche Requemao”si tienes la oportunidad de sentarte a comer a una buena mesa. Todo ello regado con abundante Sidra escanciada, claro está.
Lo más bonito de este tipo de festividades es que, si ese día no puedes ir a ver a nuestra venerada “Santina” (la Virgen de Covadonga), pues tienes la oportunidad de vivir la celebración desde el punto de vista local de todos y cada uno de los pueblos que conforman esta tierra hermosa. Así que además de disfrutar de estas delicias gastronómicas locales también puedes ir las ferias de ganado, participar de los bailes regionales, asistir a los mercados locales o a las demostraciones de razas autóctonas como el Mastín Asturiano, ir a la Jira (una romería), elaborar dulces y panes típicos (como las marañuelas, las boroñas, las empanadas o los bollos preñados) y disfrutar de maravillas como es el “Quesu Cabrales”o la Sidra con D.O. (denominación de origen).
Cuando yo era pequeño, nos gustaba disfrutar este día de celebración en familia. Así que ese día tocaba madrugar para cargar el coche con todos los pertrechos y viandas necesarios para que mis padres, mis abuelos, mi hermano y yo, pasáramos el día fuera de casa. Había que llegar lo más temprano posible para poder llegar hasta la zona más alta y así poder disfrutar de la belleza de la experiencia en su totalidad visitando la Catedral, los Lagos de Covadonga y la Cueva de la Santina.
Ni que decir tiene que lo que más disfrutaba yo era el día anterior a todo este despliegue de medios. Y, evidentemente, ya sabéis el porqué… El día anterior tocaba meterse en la cocina y yo era el niño más feliz del mundo. Me pegaba al mandil de mi abuela como el olor del anís y la canela. No daba a basto. Saltaba de la masa de la empanada a la sartén para freír “Fayueles” (frixuelos), rellenaba bollos con chorizo con una mano mientras que con la otra removía sin cesar la vaporosa olla del arroz con leche, masticaba a dos carrillos por que me comía la masa cruda de las marañuelas y el embutido del relleno del Hornazo. Y todo ello acompañado de “Cuidado no te caigas de la banqueta”, “Apártate de la sartén que te vas a quemar”, “¿Quieres dejar de comer ya?”, “Eso aún no se puede tocar” y el famosísimo “Virgen Santísima” (que ahora de adulto deduzco que venía a querer decir algo así como “Este niño me está poniendo de los nervios”).
Historietas a parte. Yo disfrutaba como un enano, literalmente, no sólo de poder cocinar mano a mano con una excelente cocinera como mi abuela, si no también por disfrutar de todos aquellos deliciosos manjares.
Obviamente guardo muchos recuerdos gastronómicos de este tipo de celebraciones y, aunque disfruto muchísimo de todos y cada uno de estos platos típicos y festivos, hoy quiero compartiros dos de ellos: los bollos preñados y el arroz con leche. Los bollos preñados por que en mi casa no se elaboraban tan a menudo como era el caso de los frixuelos o la empanada, y el arroz con leche por ser uno de los dulces estrella de la gastronomía típica asturiana.
Empezamos con los “Bollos Preñaos”
Estos bollos también están presentes en gastronomías como la gallega o la cántabra y casi siempre asociados a celebraciones y fiestas como la de “Les Comadres” o “La Matanza del Gochu” o “Les fiestes de Prau”.
Se trata de una especie de masa de pan que se rellena con chorizo o panceta o tocino, de manera que al hornearse el interior del bollo absorbe la grasa de la chacina en cuestión. El único secreto de estos bollos es elaborarlos con un chorizo fresco, ahumado y de buena calidad.